Necesitamos menos objetividad en los medios

La doctrina periodística de mirar los hechos con distancia -aún graves violaciones a los derechos humanos- debe terminar. Veraz, no neutral. La coletilla de la legendaria Christiane Amanpour, que la CNN convirtió en mantra durante la administración de Donald Trump, es probablemente la más visible gota de un vaso de agua derramado sobre la teoría periodística. 

 

En la teoría académica, especialmente latinoamericana, los periodistas están obligados a equilibrar las visiones distintas, de igual forma y con igual dimensión, a fin de que sean las audiencias las que lleguen a la conclusión sin influencia de los medios que, fieles a su nombre, son tan solo los vehículos de dos mensajes contrapuestos. 

 

La obligatoriedad de la objetividad, que llegó incluso a elevarse a calidad de Ley durante la aprobación de la Ley Orgánica de Comunicación en Ecuador, es casi una verdad indiscutible. Y está lastimando la credibilidad de los medios. ¿Por qué la Academia y muchos periodistas en el ejercicio de la profesión sostienen este esfuerzo como necesario? Porque, se entiende, renunciar a la ficción de la objetividad, a la reportería desapasionada, genera mayor credibilidad, mayor pluralismo y mayor entendimiento democrático. 

 

El problema, podemos sostener quienes pensamos lo contrario, aparece cuando en el juego democrático, alguien no está dispuesto a respetar las reglas. Y los casos son muchos, reales y recientes. 

 

Un grupo insurgente secuestra a tres periodistas ecuatorianos y luego los mata. ¿Debería la prensa ser objetiva? ¿Debería evitar referirse a los asesinos como terroristas, pues no han sido condenados como tales? ¿Debería buscar llevar a los programas de entrevistas a los líderes de la banda para equilibrar el panel donde lloran los familiares de las víctimas? ¿Deberíamos increpar a los asesinos pero también a las víctimas: por haber ido a la frontera, por no ser cuidadosos, por ir desarmados? La teoría diría que sí. 

 

La objetividad corre el riesgo de crear una falsa equidad, donde los criminales, terroristas, ladrones y violadores de Derechos Humanos podrían fácilmente camuflarse y repartir la carga de la responsabilidad con sus víctimas. El riesgo de la objetividad no se circunscribe únicamente a un peligro cuando hablamos de víctimas y victimarios, sino también cuando la prensa, como veedor vigilante del poder, debe obligar a mejorar el nivel de la clase política. 

 

Una famosa caricatura del New Yorker se burlaba, años atrás de la impúdica objetividad del New York Times, simulando una portada que decía: Demócratas y Republicanos no llegan a un acuerdo. El subtítulo de la portada resumía el chiste: Tras 12 horas de discusión en el senado, los demócratas siguen creyendo que la tierra es redonda y los republicanos aún defienden que es plana. El caricaturista, evidentemente, se vale del absurdo para retratar una realidad. En algún momento los medios comenzaron a creer que su deber era tratar a todos por igual y no perseguir fervorosamente la verdad. O como lo decía un anónimo: “Cuando una persona dice que llueve y otra dice que no, el trabajo de los periodistas es abrir la ventana y mirar el cielo”. 

 

Cada vez más cabeceras se deciden a acabar con el mito. El emblemático Washington Post cambió su centenario encabezado por el decidor ‘La Democracia muere en la oscuridad’ cuando lanzó su cruzada contra Trump. Más de 100 periódicos estadounidenses optaron por Joe Biden en 2020 como su candidato, bendecido desde la página editorial. La CNN se afianzó en su campaña: una manzana es una manzana, aunque nos digan que es una banana. Los periódicos europeos se han definido en las últimas décadas como líneas de centroizquierda o derecha. En fin, tomar postura se empieza a definir como una primera muestra de sinceridad para con las audiencias. 

 

Al final del día, las audiencias siempre lo supieron. Ahora solo lo reafirman. Y entienden, cada vez más, que la promesa no puede ser la objetividad, sino la veracidad: los hechos, seguirán siendo hechos, sin importar la línea editorial. Además, más allá de la teoría, como me dijera algún día en una visita a Guayaquil el maestro colombiano de periodismo, Miguel Ángel Bastenier (+), “no podemos ser objetivos porque no somos objetos, somos subjetivos porque somos sujetos”.